Joel Lenner Castañeda Dueñas
A lo largo de los años se ha venido publicando
en Huancavelica un número limitado de antologías/compilaciones que reúnen la
producción narrativa y poética hecha por estos lares; el primero en hacerlo fue
Sario Chamorro Balvín con Literatura
huancavelicana en 1982, posteriormente lo harían Carlos Zuñiga Segura (Cielo de fiesta en Tayacaja en 1987, Literatura de Tayacaja en 1995 y El vuelo del espíritu. Poesía viva de
Huancavelica en 2019), Isaac Huamán Manrique (Literatura de Huancavelica, la voz del trueno y el arcoíris en 2000
y La poesía quechua escrita en
Huancavelica. Reconstrucción de una identidad en 2018) y Víctor Salazar
Yerén (A orillas del río Ichu, nueva
antología de la narrativa breve huancavelicana y 14 narradores huancavelicanos, ambos en 2016); los criterios
considerados por cada uno de estos varían de acuerdo no solo a estudios
fundados en la racionalidad y el cientificismo, sino también a cierto impulso
identitario que sesga la selección; así, podemos ver criterios en los que la “posición de clase” prima u otros en las
que la necesidad de reconocimiento y revaloración cultural guían la selección;
quizá la de Víctor Salazar Yerén posea una visión mucho más objetiva al
respecto, su texto, además de un breve estudio del desarrollo evolutivo de la
literatura huancavelicana, posee una selección escueta y confiable de sus
propulsores. Sea como fuere, estas antologías/compilaciones reconocen,
acertadamente o no, el trabajo realizado por quienes se encuentran allí
seleccionados/compilados, convirtiéndose no solo en un “texto más”, sino en algo mucho más serio y profundo: son el espejo
de cómo percibimos la literatura por estas tierras, de cómo la practicamos, de
cómo la entendemos.
Hoy por hoy, un
criterio mucho más preocupante y simplista guían estos procesos de selección o
reconocimiento y quienes los hacen encuentran su fundamento en la ideología que
aboga por la libertad de expresión, el respeto de las opiniones, la idea de “lo relativo” de la realidad, el
reconocimiento y revaloración de los pueblos originarios, la tolerancia, etc.;
so pretexto de ello, un indeterminado número de individuos se han lanzado al
escenario público con obras irresponsablemente elaboradas y encuentran su
respaldo en las redes sociales, la escasa formación literaria de la población e
intelectuales o personajes públicos, en busca de aprobación, que los adulan; la
crítica literaria entonces, muy a pesar que en Huancavelica aún es escasa, es
el blanco de sus ataques, siendo denostada y repudiada, calificando a quienes
evalúan e interpretan sus obras de “fracasados”,
“criticones” o “envidiosos” o repitiendo sloganes tan estúpidos como falsos, tales
como “Ni se te ocurra escribir para las
críticos”, “quién es quién para decir
si es o no arte”, “primero saca la
paja de tu propio ojo, para que puedas sacar la paja del ojo ajeno”; se
prefiere así la empiria, el sentido común y el acto reflejo intuitivo. Zein
Zorrilla (2007) en su libro Hija de
Bergman y Kurosawa, nieta de Balzac: La novela en el siglo XXI manifiesta
su inconformidad (Refiriéndose a la novela):
Sucede con el arte de la novela un hecho curioso que no
parece acontecer con arte alguno. Ningún mortal en su sano juicio se atrevería
a interpretar el Para Elisa de Beethoven sin un aprendizaje previo del arte de
la música –un largo y muy técnico aprendizaje previo-. (…). Sin embargo,
cualquier egresado de la escuela secundaria se siente capaz de escribir una
novela sin mayor bagaje que la lectura de algunas de ellas y la preparación
elemental recibida en las aulas (…) La ejecución de una novela implica el
manejo diestro de mecanismos que permitan informar, es cierto, pero a la vez
emocionar (…) Por ello obedece a las leyes comunes a esas artes. (pp.20-21.)
Ya en el siglo XVIII el
fabulista y poeta español Tomás de Iriarte abordaba este problema y lo
expresaba en una de sus famosas fabulillas:
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«¡Oh! -dijo el borrico-,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»
Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad. (p.28)
En ambos casos, la
importancia del uso de “leyes” o “reglas” que guían el arte de la
escritura es el meollo del asunto. Zein Zorrilla nos devela una realidad que
acontece a diario no solo en nuestra localidad, sino en todo el país; y es que
se tiene un concepto simplista de este arte, amparados en la libertad de
creación, se cree que esta actividad no requiere mayor esfuerzo que el de la
imaginación; los resultados, textos carentes de orden lógico o cuyos elementos
narrativos se hayan construidos sin ningún criterio, velados por la intuición y
la ocurrencia, o aún peor, textos incoherentes, sintácticamente incorrectos; en
el segundo caso, Iriarte denosta la actitud irresponsable, de quien, producto
de la casualidad ha alcanzado a elaborar un texto medianamente correcto y se
ufana de haberlo hecho sin considerar las “reglas
de arte”; postura que, más adelante, es copiada y difundida por
generaciones posteriores.
Nos preguntamos
entonces ¿cuáles son las razones de este acontecer?, dejando de lado cuestiones
personales que, probablemente, guíen la iniciativa de estos “improvisados escritores”, quiero
enfatizar en tres aspectos que encuentran su fundamento en el contexto social actual:
La “capacidad social de reflexión
(Giddens.2011)”, el imperio de las redes sociales y cierto efecto retroactivo
de la llamada psicología positiva o Actitud Mente Positiva, tan en boga en
estos años, pero que viene siendo ya cuestionada.
1.
La
capacidad social de reflexión, posibilita “una
mayor autonomía de acción” en el hombre, lo que Heidegger llamaba “pensamiento autónomo”; no obstante,
somos seres interpretados, pensados, carentes de un pensamiento auténtico,
incapacitados de ver más allá de la forma y los símbolos, aunque nuestro “yo” crea, y este convencido de lo
contrario; y esto es así porque formamos parte también del constructo de aquel
que Kant llamaba Sujeto constituyente; es este quien crea la realidad, la
configura, la elabora[1].
2.
Las
redes sociales es un instrumento poderoso de acción y construcción y hace uso
de uno de los herramientas más “peligrosos”
según Holderlin, que el hombre haya desarrollado, el lenguaje; a través de este
no solo construye la cultura (Vigotsky), sino que “la crea, la destruye”.
3.
La psicología positiva y su medio de difusión,
los llamados libros de “autoayuda”,
tal y como lo hicieran durante las décadas del 60 y 70 del siglo pasado con la
estrategia Think Thank, sostiene y
fundamenta el constructo hecho por el sujeto constituyente kantiano y procura,
a su vez, su aceptación y familiarización en el pensamiento colectivo; para
ello, manipula el lenguaje, haciendo uso de conceptos y términos grandilocuentes
que los ciudadanos gustan escuchar: “tú
puedes”, “sonríe”, “nunca te des por vencido”, “el cambio esta en uno mismo”, “quiérete”, etc., sin embargo, el
problema deviene cuando relacionan estos conceptos con una interpretación
equivocada de la realidad.
Pero, ¿qué tiene que
ver todo esto con la literatura?, sucede que la condición de interpretados que caracteriza a nuestra
sociedad esta siendo también efecto en el modo cómo vemos y entendemos la
literatura; las redes sociales se han convertido así en el medio por el cual la
mediocridad se defiende a ultranza:
elogiosos comentarios a textos o escritores que difunden una obra inconclusa o
errática, rechazo al análisis, interpretación y valoración de los mismos, salvo
que los comentarios sean a favor, búsqueda de reconocimiento y aceptación,
negación de lo absoluto y cierta inclinación por el enfoque “ensayo-error”; cada uno de estos
aspectos iremos analizándolo más adelante, ahora solo hay que referir que esta
postura anula la capacidad social de reflexión del que hablaba Giddens,
convirtiéndonos en meros seres cosificados, reproductores de una ideología
contra la que, a su vez, luchamos.
Por otro lado, es
cierto también que, así como encontramos argumentos a favor de nuestra postura,
existen otros tantos que la niegan, tal es el caso de las de Ernesto Sábato en El túnel, cuando en palabras de Juan
Pablo Castel, sostiene:
Es una plaga (la crítica literaria) que nunca pude
entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un
bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a
explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría? Lo mismo pasa con la
pintura. Lo singular es que la gente no advierte que es lo mismo y aunque se
ría de las pretensiones del crítico de cirugía, escucha con un increíble
respeto a esos charlatanes. Se podría escuchar con cierto respeto los juicios
de un crítico que alguna vez haya pintado, aunque más no fuera que telas
mediocres. Pero aun en ese caso sería absurdo, pues ¿cómo puede encontrarse
razonable que un pintor mediocre de consejos a uno bueno? (p.15)
Que me perdone Sábato
pero acá observamos una “mala analogía”;
se trata de un ciudadano común (ignorante de la ciencia médica) y un cirujano
(experto conocedor del tema); es lógico inferir que el primero nada tiene que
decir ante el actuar del segundo; no obstante, insisto, se trata de una “mala analogía”, que nada tiene que ver
con esa otra relación entre la obra de arte (texto literario) y el crítico de
arte (crítico literario), este último, a diferencia de la primera analogía, no
es un ignorante respecto al objeto de estudio que aborda, por el contrario,
funda su razonamiento en la ciencia que guía su elaboración; en el arte de la
escritura, por ejemplo, no se le puede pedir al crítico literario que escriba
una historia o un poema (lo que a su vez no quita que lo pueda hacer), porque
ese no es su campo de acción, la ventana desde donde mira el objeto de estudio
no es la misma desde donde la ve un escritor, este último lo elabora y el
primero lo interpreta; el problema acontece cuando dicha interpretación no es
del agrado de los demás o de quien lo elabora y no es del agrado de aquellos,
porque estos tampoco entienden o desconocen la ciencia en la que se basa su
interpretación (esto es lamentable cuando el mismo autor ignora estas razones).
Las consecuencias son entonces, a más de una invitación a la reflexión y la
autocrítica, un conjunto de calificativos que pretenden justificar dicha
mediocridad.
Otro ejemplo es aquel
que procura parodiar la fábula de Tomás de Iriarte, ya abordada anteriormente,
y es el caso de El burro y la flauta
de Augusto Monterroso:
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que
ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte
sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la
vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la
racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron
presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante
su triste existencia. (p.77)
Si bien la fábula es
una crítica al racionalismo que pregona Iriarte en relación a la creación de
una obra de arte, es necesario que analicemos cada elemento insertado en la
versión de Monterroso. La historia aborda el encuentro casual entre un borrico
y una flauta, este se hallaba tirada en el campo desde hacía ya bastante tiempo
hasta que el borrico resopló y la hizo emitir el sonido más dulce de sus vidas,
el narrador aclara, “de la vida del Burro
y de la Flauta”; con esta aclaración continúa, ambos huyen “Incapaces de comprender lo que había pasado”,
pues la racionalidad en las que ellos creían guiaban su proceder y se separaron
“avergonzados de lo mejor que el uno y el
otro habían hecho durante su triste existencia”. Debemos acá resaltar que,
a más de la intención altruista de Monterroso, se deja entrever fácilmente la
necesidad de la racionalidad en el arte. En primer lugar, el actuar de ambos
personajes se limita a solo su contexto (“es
decir, de la vida del Burro y de la Flauta”) y no fuera de él, de modo que
la percepción de lo estético se reduce solo a ambos (principio de relatividad
que abordaremos más adelante); y en segundo lugar, es su creencia en la
racionalidad (que a su vez los limita) que les hace abandonar el resultado de
su casual encuentro, pero no por una comprensión racional de lo estético (“Incapaces de comprender lo que había pasado”),
sino, por el contrario, por la ignorancia del mismo; quizá la comprensión de
los desconocido hubiese conllevado a un final distinto.
No se quiere negar con
esto lo importante de la creatividad y la imaginación al momento de elaborar
una obra de arte; por el contrario, se busca encontrarles la ruta por las que
se desenvuelven; en este sentido, valdría preguntarse por los resultados del
producto si el escritor se valiera de la ciencia que guía al crítico literario
para interpretar una historia o escribir un poema, si ello coadyuvaría en la
mejora y la evaluación del producto, si es posible la libertad de creación a
partir de la nada o si es necesario erigirse una ruta para ello.
Libertad
y creación
¿Cuándo se escribe con libertad?, ¿es posible
hacerlo a partir de la nada?; sucede que se está confundiendo creación y
libertad con torpeza, improvisación y libertinaje. Es cierto que la libertad y
creación son fuentes primarias para la innovación, pero dicha libertad debe
tener también su sustento, como también lo debe tener la creación. Ni Sartre,
propulsor y defensor de la libertad en todas sus formas, la hubiera entendido
de manera distinta, sino vayamos a su frase célebre de su libro El existencialismo es un humanismo: “El hombre está condenado a ser libre”
(p.43); la frase parece contradecirse a sí misma, ya que su significado ronda
una aparente sujeción del individuo a algo que es inherente a él, la libertad;
así el hombre es esclavo de su libertad y claro que lo es; por tanto, también
responsable de aquello al que el ejercicio de dicha libertad pueda conllevar;
por otro lado, la creación, según Anderson y Krathwohl (2001) es el acto de “cambiar o crear algo nuevo. Recopilar
información de una manera diferente, combinando sus elementos en un nuevo
modelo o proponer soluciones alternativas”, ¿es posible entonces cambiar
algo, si desconocemos la naturaleza de ese algo?, cambiar implica la existencia
de un ente en cuya esencia se quiere ver dicho efecto, si queremos hacer algo
diferente es porque ya existieron otras formas de abordarlas e ignorar dichas
formas muy probablemente nos conllevaría a la repetición y la improvisación;
por tanto, sería ocioso discutir en algo que ya tenemos claro, no se puede
crear si se ignora lo ya creado; en el campo literario, el escritor tiene
amplia libertad de crear cuanto guste, pero debe hacerse responsable de dicha
libertad o de aquello que llama “creación”,
y esto solo puede hacerlo teniendo en cuenta la historia literaria y no solo el
abordaje que se hiciera respecto a la macroestructura del texto literario
(plano del contenido), sino también a la super y microestructura (plano de la
expresión) y esto solo es posible si el “creador”
vira la mirada a aquello del que gusta renegar, la ciencia que debe guiar su
norte y comúnmente conocida como teoría literaria.
No obstante, para el “creador”, es precisamente la teoría
literaria lo que al parecer merma y obstaculiza su libertad; no obstante, pienso
que se trata de algo mucho más simple, cierta inclinación al tedio y la
holganza de parte del creador y que se traduce en un lamentable escaso hábito
lector, la creencia de saberse capacitado para abordar tal aventura y una
mirada ingenua sobre la actividad creadora. La primera no es de extrañar,
círculos literarios (otro motivo de controversia), tertulias, certámenes,
presentación de obras, eventos diversos, etc., son una muestra de la
simplicidad del razonamiento de quienes las promueven, el análisis que se hace
de textos rondan alrededor del plano del contenido del texto y solo en escasas
ocasiones del plano de la expresión, priorizándose así solo el “qué se cuenta” y no el “cómo se cuenta”, cuando este es
inherente al primero o viceversa. En el segundo caso, la falsa autosuficiencia
conlleva a lo primero y quizá pueda entenderse con la siguiente analogía, el
caso de potenciales parejas adolescentes que planean su futuro románticamente:
“se casarán, ahorrarán, tendrán una
casita, una hermosa con un bello jardín, sus hijos estudiarán en los mejores
colegios de la ciudad, serán abogados, ingenieros y para eso trabajarán duró,
se apoyarán mutuamente, etc”; hasta que la realidad irrumpe entre sus
sueños; unos eligen entonces hacerla frente y otros huyen, quienes optan por la
primera opción asumen la irrealidad de sus sueños y construyen otra basada en
la interpretación que hacen de la realidad; pero aquellos que huyen, llevan
anclados a sus espaldas el fracaso y la resignación. El tercer caso termina
siendo una ociosa y equivocada forma de defender la libertad, tal y como se
explicó anteriormente: Para ser creativo es necesario conocer el camino por el
que transitamos o, a falta de ellos, generarnos uno; al respecto, en un estudio
sobre la Iliada, en enero de este año, refería ya cómo, el autor de esta obra,
debió también delinear “una ruta, un
camino y ciertas estrategias” que posibiliten alcanzar su intención, tanto
en el plano de la expresión como en el del contenido:
Homero revive la historia, acaecida aparentemente durante
el periodo de desarrollo de la civilización micénica (siglos XII y XIII a.C.),
recién alrededor del siglo VIII a.C. –este no fue resultado de la imaginación y
creatividad homérica, sino de un conjunto de saberes que fueron construyéndose
a lo largo de los siglos-, en la llamada época arcaica, periodo caracterizado
por la búsqueda y construcción de la identidad griega, afán que parece guiar
también la intención de la obra; así, el autor recapitula acontecimientos
pasados con el claro objetivo de glorificar y enarbolar el valor de una cultura
que viene asentándose y dibujando los rasgos que la identificarán en la
posteridad.
(…) nos ofrece un laborioso manejo, control y manipulación
del lenguaje cuyas estrategias permitieron, no solo engrandecer la obra, sino
también develar el valor y trascendencia del pueblo griego, sus costumbres e
idiosincrasia, su religión y ambiciones, etc.
(…) Ocioso es entonces pensar que uno pueda escribir
dejando de lado estos principios, o se ciñe a ellos o ellos se avecinan tomando
como conducto el inconsciente y cierto criterio lógico de organización y
secuencialidad.
Este último párrafo
quizá pueda explicar también el actuar de aquellos que escriben sin tener en
cuenta las enseñanzas de la teoría
literaria, son aquellos cuyo criterio lógico suelen ser más cohesivos y
coherentes, pero que ignoran el enorme potencial que guardan si decidieran
optar por una ciencia que guíe su camino y que, posteriormente, los ayude a
transgredirlo, a construir el suyo.
El
pandemónium y la crítica literaria
Una cosa es escribir amparados en la libertad
de creación y otra creer que dicha libertad le otorga a uno carta blanca para
llamar a su “mala literatura”, LITERATURA.
La crítica literaria permite al menos sopesar ello. Ignacio Echevarría, crítico
literario y filólogo español, se pronuncia al respecto:
Siempre he creído que sin crítica no hay literatura. La
literatura como sistema se ordena desde la crítica, si no se convierte en una
especie de pandemonium indiferenciable. En las tradiciones donde no hay crítica
la literatura languidece necesariamente porque no hay un sistema de auto
percepción por parte de los escritores, ni de los lectores, que les permita elaborar
la experiencia de la lectura. Otra cosa es que la crítica sea buena o mala,
pero la crítica –incluso mala– sirve siempre como una especie de frontón en el
cual uno siente rebotada su propia propuesta, ayuda a generar visibilidad, a
acuñar etiquetas, cosas que pueden ser repelentes desde fuera pero que son
importantes para la construcción del tejido literario. Sin eso, no hay nada más
que una especie de indistinta contribución a un mercado cada vez más amplio,
imperceptible, ingobernable.
Ese pandemónium al que
se refiere Echeverría parece estar aconteciéndose en nuestro contexto, la
literatura en Huancavelica, amparado en esa ociosa interpretación del acto
creativo, se está convirtiendo, desde hace ya muchos años atrás, en la
manifestación más acerva del chauvinismo, el estatismo, la irreflexividad, la
parsimonia, la estupidez y cierto romanticismo telúrico que se aferra a formas
y modos de creatividad faltos de seriedad, objetividad, conocimiento y
esfuerzo; se publica y reproduce así una literatura carente de sentido, fuerza
y técnica, siendo para el público empático o tolerante “el esfuerzo y aprendizaje de quien escribe”; no obstante, no se
esta viendo los efectos al que esa actitud viene conduciendo.
En las escuelas, por
ejemplo, se viene difundiendo un tipo de literatura que preconiza el contenido
y no la forma; ingente cantidad de docentes transmiten a sus estudiantes versos
de poetas cuyas letras adolecen de los elementos primarios de la creación
artística; se difunde y se valora un tipo de poesía barata, simple, meliflua,
aunque no alejada de la realidad; así, recitales y concursos escolares se ven
atiborrados de poesía sin sentido, sin calidad, aunque sí persuasiva; bajo el
tonto y obsesivo pretexto que desde décadas atrás se viene replicando, se
difunde cierto indigenismo miope y reacio al cambio: Amar nuestra tierra no
debiera ser sinónimo de una cándida exaltación del valor e importancia del
campesino y el colorido de la naturaleza; amar nuestra tierra no debiera
desmerecer el trabajo y esfuerzo del artista al momento de la creación, porque
la actividad creadora no es un simple impulso que nos incita a expulsar
palabrotas motivados por la rabia, la ilusión, el dolor o la alegría; amar
nuestra tierra no debiera motivar el rechazo a lo “otro”, sino por el contrario, saber absorberla y hacerla parte también
de lo nuestro..
Es cierto que el hombre
aprende del “ensayo-error”, pero no
debemos hacer parte de dicho error a quienes nos rodean; en el caso de la
literatura, el texto debe ser resultado del “ensayo-error”, sí, pero también del esfuerzo, la dedicación, la
investigación, la profundidad, etc., no pueden nuestros lectores ser los
conejillos de indias de nuestros experimentos, más valiéndonos del papel que
cumplimos en la sociedad, ¿somos conscientes de ello?, ¿qué efectos tendrá en
las generaciones posteriores la difusión en las escuelas de textos resultados
de este llamado ensayo-error? Es necesario dejar atrás esa visión simplista
sobre el arte y la poesía que se ha ido absorbiendo -más por comodidad que por
convicción-; por el contrario, se debe transmitir a las futuras generaciones el
valor de la actividad creadora, el valor del arte y no del desenfreno, el grito
y la ira.
Sobre
relatividad y el absolutismo
Finalmente, está aquello que podemos resumirlo
en una frase “todo es relativo, nada es
absoluto”, adjudicado a Albert Einstein y que es repetido hasta el
cansancio, desde una clase de educación primaria en un pueblito alejado del
Perú hasta importantísimos simposios científicos; así, la verdad se ha puesto
en duda, ya nadie tiene razón, nadie puede afirmar qué es correcto o no, qué es
bello o no ¿“Quien es quien para poder
decir qué es el arte o no”?, arguyen con palabras efusivas y
grandilocuentes y una vez más la mediocridad encuentra camino para hacerse de
manifiesto.
¿Es posible el arte?,
¿qué es? En primer lugar es necesario esclarecer que tal afirmación jamás la
hizo Einstein, es más, sería ilógico pensar que alguien que afirmara que la luz
es absoluta en el vacío, defendiera una idea de relatividad (entendido como
inacabado, imperfecto o fragmentario), cuando la suya es precisamente absoluta:
la luz es constante en cualquier situación, pero quien lo experimenta lo
percibe de forma diferente; en segundo lugar, afirmar que “todo es relativo” es desde ya una idea absoluta, no deja opción de
elección.
Desde el campo
educativo también se viene haciendo esfuerzos por desechar esta idea, términos
como autenticidad vienen hoy insertándose dentro del lenguaje pedagógico, quizá
porque se ha entendido la posibilidad de lo absoluto en nuestras vidas: “se nace y se muere”, “existe el día y la noche”, “la luz otorga claridad”, etc.; se
entiende así que la verdad absoluta sí existe, lo que no existe es la capacidad
de comprensión del hombre de la esencia de las cosas o de su materialización; y
no se entiende porque quien es verdaderamente relativo es el hombre; se dice
entonces que cada quien ve el mundo de distinta manera, cada quien la
interpreta según sus necesidades, su época y su contexto, ninguna opinión es
mejor que la otra, ninguna posee la verdad absoluta; ¿es posible ello?,
Fernando Savater en Los 10 mandamientos
del siglo XXI, refiere al respecto:
Cuando se vive en una sociedad multicultural, hay que
asumir que se acepta el derecho a tener religión, y creencias, y esto comporta
el hecho de tener que soportar alfilerazos de la realidad. Por ejemplo, a esas
personas que dicen «ha herido usted mis convicciones», yo les diría: «Lo
siento... amigo, usted no puede convertir sus convicciones en una especie de
prolongación de su cuerpo».
Pero además esto va de la mano de una liviandad que se
percibe en todos lados y que se define con la máxima de «todas las opiniones
son respetables». Esto es una tontería. Quienes son respetables son las
personas, no las creencias. Las opiniones no son todas respetables. Si así
hubiese sido, la humanidad no habría podido avanzar un solo paso. (p.10)
Daniel Cassany también
parece aportar al respecto, cuando afirma: “Puesto
que vivimos en democracia, el valor que adquiere un discurso no depende de una
persona, sino del conjunto de la comunidad”, para ello propone el
aprendizaje social: “solo la suma de
todas las interpretaciones puede alcanzar cierto nivel de comprensión”
(p.60).
Partidarios de esta
postura suelen también ser absolutistas, aunque renieguen de ello. Enamórate de ti de Walter Riso es un
libro absolutamente absoluto, baste las siguientes afirmaciones para demostrar
ello: “un autoesquema de fracaso hará que
no te atrevas a encararte retos y a probarte si eres capaz, por lo cual
terminarás creyendo que el éxito te es esquivo” (p.27), “Los que no se quieren a sí mismos han
aprendido a echarse la culpa por casi todo lo que hacen mal y a dudar del
propio esfuerzo cuando hacen las cosas bien” (p.31), “no pienses en términos absolutistas porque no hay nada totalmente bueno
o malo” (p.40) y ya acercándonos al campo que nos interesa: “la belleza es algo relativo a la época o
lugar” (p.52), pero un contrargumento a su propia postura la hallamos en el
mismo texto, páginas más adelante, cuando afirma: “Las personas además de lindas o feas, también pueden ser cálidas,
amables, inteligentes, tiernas, seductoras, sensuales, interesantes, educadas,
alegres, afectuosas, graciosas, estúpidas y mil cosas más” (p.57); el autor
pereciera “querer consolar” al
lector: la expresión “Las personas además
de lindas o feas”, no es más que una afirmación de la existencia de ambos
conceptos.
El pensamiento
simplista del siglo XXI, promovida por la fuerzas del sistema económico
imperante (sujeto constituyente kantiano) está forjando hoy por hoy seres
irreflexivos, intuitivos y enemigos del “buen
conocimiento”; desde la política, hasta el arte, las manifestaciones
humanas se caracterizan ahora por el sentido común intuitivo de quien las
genera, la improvisación y la ocurrencia:
Para conseguirlo, (…) se vale del entretenimiento vacío,
con el objetivo de abotagar nuestra sensibilidad social, y acostumbrarnos a ver
la vulgaridad y la estupidez como las cosas más normales del mundo,
incapacitándonos para poder alcanzar una conciencia crítica de la realidad.
(Navarro.2017.párr.1)
Entendido así la
realidad, ¿es posible ahora definir al arte? Heidegger la entiende más allá de
cualquier esfuerzo simplista, “La esencia
del arte sería, pues, ésta: el ponerse en operación la verdad del ente (…) el
acontecer de la verdad” (pp.63-92) y que llama, en un sentido más
globalizado y complejo, Poesía: “La esencia del arte es Poesía. Pero la
esencia de la Poesía es la instauración de la verdad” (p.114), verdad que
solo puede develarse a través de la contemplación. Al respecto, cualquier
individuo tiene el derecho de estar o no en desacuerdo con la posición de
Heidegger, pero ello no quita que la naturaleza del Ser del arte sea tal.
Y, ¿qué de la belleza?,
¿forma parte también del Ser del arte?, si a este se le confirió la esencia
estética como parte inherente a su Ser, guarda en sí la esencia de la belleza;
ahora bien, nuevamente podemos topar con la idea aquella de lo relativo de la
realidad, en este caso, de la belleza; no obstante la fórmula sigue siendo la
misma, es el hombre quien percibe la realidad de manera distinta, pero esto no
implica que dicha realidad obedezca a la percepción de cada individuo; volvamos
entonces a Heidegger, quien afirma que la belleza no es más que una forma cómo
se manifiesta la verdad y si bien el hombre puede percibirlo por sus formas
externas, tiene una esencia que liga esta forma con el Ser del ente: “La belleza descansa (…) en la forma, pero
solo porque la forma se alumbró un día desde el ser como la entidad del ente”
(p.122), manifiesta.
***
“La mayor
parte del lenguaje dice más del hablante que de la realidad” (Ayer.
Lenguaje, verdad y lógica, pp.44) y a ello parece obedecer el actuar que
caracteriza a la sociedad contemporánea (incluso, este escrito): nuestras
buenas intenciones, nuestra defensa de la democracia, nuestra inclinación por
la libertad, la empatía y la tolerancia, nuestro obsesivo amor por lo nuestro,
etc., no debieran obnubilar la verdad/realidad; claro que queremos un mundo
mejor, una sociedad más justa y solidaria, pero esta no debiera partir de la
irrealidad y la ficción, de las emociones o el desbordante entusiasmo, de la
negación y la fanfarria; sino de la objetividad y la reflexión crítica; y en el
campo de la literatura, los criterios que busquen reconocer el valor de la
misma, deberían también optar por este camino.
[1] Immanuel Kant cuando se
refiere al Sujeto constituyente y Martin Heidegger cuando insta por un
pensamiento autónomo en el individuo, llegan a la siguiente conclusión: existe
un sujeto que construye y moldea la realidad y, otro, que es interpretado o
pensado, y es pensado porque asume el constructo del sujeto constituyente sin
llegar a cuestionarla; por el contrario, suele adaptarse a ella y reproducirla,
lo que Heidegger llamó pensamiento inauténtico.
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