A propósito de "Dios es peruano, historias reales para creer en un país” de Daniel Titinger

Por Joel Lenner Castañeda Dueñas
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Desde hace ya un par de semanas atrás vengo leyendo en el Facebook el siguiente post¿Huancayo libre de venezolanos? ¿Y si declaramos libres de huancavelicanos rateros?”, al parecer, escrito y difundido por un individuo que no solo aplaude el proceder del actual alcalde de la ciudad de Huancayo, sino que también deja expeler cierto aire de egocentrismo y desidia frente al inmigrante huancavelicano; no obstante, lo que más llama la atención no es el post, sino las reacciones que a partir de ello se originaron: “Dónde vives inútil”, “Ese tarado tenía q ser de UPLA eso lo explica todo”, “Es un idiota este tipo es peor q un venezolano” “(…) aprende a respetar para q seas respetado bestia” “Huancaino come piojos. Más rateros como en la parada”, el mismo autor de la denuncia, manifiesta, “no puedo creer que todavía pueda existir este tipo de INDIVIDUOS; esta lacra de la sociedad”; más allá de lo mucho o poco que podamos observar sobre la redacción fallida, tanto del post como de sus reacciones, quiero detenerme en lo que Titinger, en su libro “Dios es peruano, historias reales para creer en un país”, llama “peruanidad” como “acto reflejo” e “identidad nacional” como una “pataleta” y cómo se manifiesta en nuestra sociedad.

Hoy por hoy, so pretexto de la necesidad de uso de un lenguaje inclusivo y tolerante que nos una como país y aporte a la convivencia pacífica y democrática, es difícil decir lo que uno piensa; cuestionar el pisco te convierte, por ejemplo, en una especie de paria de cuyo prestigio y honor la prensa (en la medida que seas conocido) se encargará de pisotear, y si el caso no fuera así, las redes sociales, el contexto en el que te hallas, lo harán; indignados por una especie de amor irreflexivo a este aguardiente (acto reflejo), símbolo de patriotismo y cuyo prestigio se la debe a una chilenada, el peruano no puede razonar y comprender más allá de lo que sus pasiones y emociones se lo permiten; sucede lo mismo con la pachamanca, el mondongo o el cebiche, “Comentarle a un peruano que el cebiche no es peruano” –dice Tintinger- “es como practicar un deporte de aventura: nadie imagina el peligro al que se expone", peligro que no tomaron en cuenta escritores como Mario Vargas Llosa e Ivan thays, quienes en 2003 y 2012 afirmaran respectivamente: “El pisco me parece una bebida espantosa” y “Cada vez que alguien habla de la fama de la comida peruana en el mundo, pienso en las carencias de un país necesitado del reconocimiento extranjero para sentir respeto por sí mismo”; todo el país se lanzó entonces contra estos dos “antipatriotas”, “gays” y “prochilenos”, que son términos que gustamos usar para defender a capa, espada e irracionalidad nuestra peruanidad; así, a Mario Vargas Llosa se prefirió ignorarlo y contra Thays alzaron la voz de protesta el escritor Gustavo Rodríguez, quien comentara: "Es de sorprenderse que a un peruano no le guste su propia comida", y Gastón Acurio, quien mostró su indignación en los siguientes términos: "¿Orgullo por lo nuestro es malo? Celebrar con saludable cebiche y sudadito en mano, ¿soñar con un mundo de corazón peruano, acaso es malo?"; no señores, no es malo, lo malo está en nuestra endeble racionalidad, ¿acaso el simple hecho de ser peruano es una razón válida para asumir una postura a favor de lo nuestro?, ¿el orgullo debe basarse también en la sin razón?, ¿pueden mis argumentos justificar un enunciado fundamentando mi postura en situaciones subjetivas y personales?; Vargas Llosa y Thays hicieron lo mismo, sí, pero ello quedó claro en sus comentarios, el primero manifestó sus preferencias y el segundo usó un verbo, “creo”, cuyo significado denota una posición personal más que una certeza de visión conjunta; ante tanta bulla, Thays contestó:

Si hay algo más indigesto que la comida peruana es el patriotismo de parroquia. Esta bulla mediática demuestra que el llamado "boom" gastronómico peruano no es ese elemento unificador de halo místico, generoso, sentimental y mestizo que se nos ha querido vender sino, al contrario, un elemento marginador, que exacerba el peor nacionalismo y las reacciones intolerantes, machistas, homofóbicas y chauvinistas de los peruanos…"

El post descrito al inicio del presente texto no escapa de esta misma interpretación. El razonamiento del ciudadano peruano (en este caso huancavelicano), se reduce a ese mismo acto reflejo y a esa misma pataleta, del que también son víctimas los fervientes amantes de lo nuestro, los reacios fanáticos del futbol, los muy humanistas partidarios de fiestas y costumbres que oscilan entre la razón, la barbarie y el despilfarro; ¿no es acaso un acto reflejo cada uno de las reacciones del que fue motivo el post?, ¿no es acaso motivo de una singular pataleta la ausencia a una tarde de toros, la cancelación de una fiesta costumbrista o un nuevo fracaso de la selección nacional de fútbol?, volviendo al post, ¿acaso no suenan más degradantes, chauvinistas, xenófobas y discriminantes los adjetivos usados en cada uno de los comentarios del que fue objeto?, esto, sin mencionar que el texto no ha sido comprendido debidamente; muestra, si queremos enfocarla desde puntos de vista pedagógicos, de la limitada apertura hacia las nuevas formas y estrategias de la comprensión lectora en nuestra sociedad.

Pero continuemos con Titinger. A lo largo del texto, encontramos otros ejemplos en donde, se puede hallar, más palabras y más frases que el acto reflejo conllevaría al peruano y sus modos de comprender un texto, a un ataque al corazón; “es como si el perro peruano hubiese aprendido las manías nacionales: mueve la cola cuando un extranjero le rasca la cabeza”, “El caballero de los mares, el gran héroe del Perú que, como casi todos sus héroes, también perdió”, “En el Perú solo hay resquemor, una odiosidad subterránea que surge a cada rato” (citando a Villalobos).

¿Por qué lees este tipo de textos?, me preguntó alguna vez una amiga mía, “No los busco, ellos me encuentran”, fue mi respuesta; y es que, ante las mismas “acusaciones” e “insultos”, se sintió herida en su orgullo e identidad que prorrumpió en una serie de imprecaciones que lo único que hacían era defender lo que ella consideraba amar; pregunto, ¿tales aseveraciones no pueden ser acaso objeto de reflexión y no una simple e instintiva emulación de nuestras pasiones?, si fuera el primero, valdría entonces preguntarse: ¿es acaso “mover la cola” una manía propia del peruano? ¿qué héroe peruano, que nos haya enseñado la historia oficial, ganó una batalla?, ¿Francisco Bolognesi?, ¿Andrés Avelino Cáceres?, ¿Alfonso Ugarte?, ¿cómo se entiende esa obsesión de la historia peruana por inventarnos héroes caídos?, ¿no cargamos acaso aún el resentimiento y rencor por el hermano país vecino? Ante tales preguntas lo primero que se ha de escuchar en nuestro subconsciente –si alguien lee este escrito, por supuesto- ha de ser TÚ NO, y en razón de ello nuevamente la pataleta, producto del acto reflejo se verá materializada en un sinfín de respuestas falto de argumentos o argumentos basados en la subjetividad y una visión muy personal.

Una mirada desde los nuevos enfoques de la comprensión lectora, nos llevaría a desarrollar ciertas competencias que permitan entender toda esta movida desde un punto de vista diferente, el texto desde el contexto, de cuya significatividad nuestros maestros suelen llenarse la boca, pero desconocer su verdadera esencia; así, para entender la razón del conflicto por el pisco y la obsesiva e irracional “peruanidad” que despierta nuestros “productos bandera”, baste solo con preguntarse ¿Por qué esta aciaga lucha por la originalidad del pisco, el suspiro a la limeña o el cebiche?, ¿qué hay detrás de todo ese discurso?; y es Titinger, como para no hacérnosla aún más difícil, quien nos facilita su interpretación: “Sucede que los odios son rentables, y cuando Chile es el odiado, la rentabilidad significa nuevos consumidores. A más Chile, más negocio”.

Me hubiese gustado abordar cada uno de los textos que comprende el libro; no obstante, el número limitado de palabras que me he propuesto me lo impiden, por lo que dejaremos ello para otra oportunidad; lo que sí haremos, a modo de conclusión, es abordar someramente el último de los textos “Himno nacional”, que parece ser el epílogo de los ensayos y que nos reserva aún más sorpresas: “Esas llamas que pastan, perplejas en territorios de Chile, Bolivia y Argentina, también son peruanas (porque la cara no miente)”, “Y la tardanza toda una institución del Perú”, “El perro más feo del mundo es el perro sin pelo del Perú”, “La exageración es peruana”, “El sauce llorón es un arbusto peruano, que quizá llore por eso”, “Miguel Grau, el caballero de los mares, es un héroe peruano que luchó y perdió. Luchar y perder es bastante peruano”, invito a dejar la pataleta y el acto reflejo para entender bien estas expresiones, una lectura bajo un enfoque que ya viene practicándose durante décadas fuera de nuestras fronteras, pero que en el Perú apenas la estamos atisbando; ante estas lecturas es necesario pues preguntarse ¿tenemos características faciales que nos distinguen los unos de los otros?, ¿en verdad, gustamos de la tardanza?, ¿qué opinión te merece el perro calato del Perú?, ¿decir que somos el país más maravilloso del mundo, no es una exageración?, ¿acaso no somos “llorones”, principalmente cuando se trata de enfrentar a los chilenos?, ¿a qué consecuencia nos llevan las historias reinventadas? Ojo, hay que ser francos en nuestras respuestas.



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