Por
Joel Lenner Castañeda Dueñas
Desde hace ya un par de semanas atrás vengo leyendo en
el Facebook el siguiente post “¿Huancayo libre de venezolanos? ¿Y si
declaramos libres de huancavelicanos rateros?”, al parecer, escrito y
difundido por un individuo que no solo aplaude el proceder del actual alcalde
de la ciudad de Huancayo, sino que también deja expeler cierto aire de
egocentrismo y desidia frente al inmigrante huancavelicano; no obstante, lo que
más llama la atención no es el post,
sino las reacciones que a partir de ello se originaron: “Dónde vives inútil”, “Ese
tarado tenía q ser de UPLA eso lo explica todo”, “Es un idiota este tipo es peor q un venezolano” “(…) aprende a respetar para q seas respetado
bestia” “Huancaino come piojos. Más
rateros como en la parada”, el mismo autor de la denuncia, manifiesta, “no puedo creer que todavía pueda existir
este tipo de INDIVIDUOS; esta lacra de la sociedad”; más allá de lo mucho o
poco que podamos observar sobre la redacción fallida, tanto del post como de sus reacciones, quiero detenerme
en lo que Titinger, en su libro “Dios es
peruano, historias reales para creer en un país”, llama “peruanidad” como “acto reflejo” e “identidad
nacional” como una “pataleta” y
cómo se manifiesta en nuestra sociedad.
Hoy por hoy, so pretexto de la necesidad de uso de un
lenguaje inclusivo y tolerante que nos una como país y aporte a la convivencia
pacífica y democrática, es difícil decir lo que uno piensa; cuestionar el pisco
te convierte, por ejemplo, en una especie de paria de cuyo prestigio y honor la
prensa (en la medida que seas conocido) se encargará de pisotear, y si el caso
no fuera así, las redes sociales, el contexto en el que te hallas, lo harán;
indignados por una especie de amor irreflexivo a este aguardiente (acto reflejo), símbolo de patriotismo y
cuyo prestigio se la debe a una chilenada,
el peruano no puede razonar y comprender más allá de lo que sus pasiones y
emociones se lo permiten; sucede lo mismo con la pachamanca, el mondongo o el
cebiche, “Comentarle a un peruano que el
cebiche no es peruano” –dice Tintinger- “es como practicar un deporte de
aventura: nadie imagina el peligro al que se expone", peligro que no
tomaron en cuenta escritores como Mario Vargas Llosa e Ivan thays, quienes en
2003 y 2012 afirmaran respectivamente: “El
pisco me parece una bebida espantosa”
y “Cada vez que alguien habla de la fama
de la comida peruana en el mundo, pienso en las carencias de un país necesitado
del reconocimiento extranjero para sentir respeto por sí mismo”; todo el
país se lanzó entonces contra estos dos “antipatriotas”,
“gays” y “prochilenos”, que son términos que gustamos usar para defender a capa,
espada e irracionalidad nuestra peruanidad; así, a Mario Vargas Llosa se
prefirió ignorarlo y contra Thays alzaron la voz de protesta el escritor
Gustavo Rodríguez, quien comentara: "Es
de sorprenderse que a un peruano no le guste su propia comida", y Gastón
Acurio, quien mostró su indignación en los siguientes términos: "¿Orgullo por lo nuestro es malo?
Celebrar con saludable cebiche y sudadito en mano, ¿soñar con un mundo de corazón
peruano, acaso es malo?"; no señores, no es malo, lo malo está en
nuestra endeble racionalidad, ¿acaso el simple hecho de ser peruano es una
razón válida para asumir una postura a favor de lo nuestro?, ¿el orgullo debe
basarse también en la sin razón?, ¿pueden mis argumentos justificar un
enunciado fundamentando mi postura en situaciones subjetivas y personales?;
Vargas Llosa y Thays hicieron lo mismo, sí, pero ello quedó claro en sus
comentarios, el primero manifestó sus preferencias y el segundo usó un verbo, “creo”, cuyo significado denota una
posición personal más que una certeza de visión conjunta; ante tanta bulla, Thays
contestó:
“Si hay algo más indigesto que la comida peruana es el patriotismo de
parroquia. Esta bulla mediática demuestra que el llamado "boom"
gastronómico peruano no es ese elemento unificador de halo místico, generoso,
sentimental y mestizo que se nos ha querido vender sino, al contrario, un
elemento marginador, que exacerba el peor nacionalismo y las reacciones
intolerantes, machistas, homofóbicas y chauvinistas de los peruanos…"
El post descrito al inicio del presente texto no escapa de esta misma
interpretación. El razonamiento del ciudadano peruano (en este caso
huancavelicano), se reduce a ese mismo acto
reflejo y a esa misma pataleta, del
que también son víctimas los fervientes amantes de lo nuestro, los reacios
fanáticos del futbol, los muy humanistas partidarios de fiestas y costumbres
que oscilan entre la razón, la barbarie y el despilfarro; ¿no es acaso un acto reflejo cada uno de las reacciones
del que fue motivo el post?, ¿no es
acaso motivo de una singular pataleta
la ausencia a una tarde de toros, la cancelación de una fiesta costumbrista o
un nuevo fracaso de la selección nacional de fútbol?, volviendo al post, ¿acaso no suenan más degradantes,
chauvinistas, xenófobas y discriminantes los adjetivos usados en cada uno de
los comentarios del que fue objeto?, esto, sin mencionar que el texto no ha
sido comprendido debidamente; muestra, si queremos enfocarla desde puntos de
vista pedagógicos, de la limitada apertura hacia las nuevas formas y
estrategias de la comprensión lectora en nuestra sociedad.
Pero continuemos con
Titinger. A lo largo del texto, encontramos otros ejemplos en donde, se puede hallar,
más palabras y más frases que el acto
reflejo conllevaría al peruano y sus modos de comprender un texto, a un
ataque al corazón; “es como si el perro
peruano hubiese aprendido las manías nacionales: mueve la cola cuando un
extranjero le rasca la cabeza”, “El
caballero de los mares, el gran héroe del Perú que, como casi todos sus héroes,
también perdió”, “En el Perú solo hay
resquemor, una odiosidad subterránea que surge a cada rato” (citando a Villalobos).
¿Por qué lees este tipo de
textos?, me preguntó alguna vez una amiga mía, “No los busco, ellos me encuentran”, fue mi respuesta; y es que,
ante las mismas “acusaciones” e “insultos”, se sintió herida en su
orgullo e identidad que prorrumpió en una serie de imprecaciones que lo único
que hacían era defender lo que ella consideraba amar; pregunto, ¿tales aseveraciones
no pueden ser acaso objeto de reflexión y no una simple e instintiva emulación
de nuestras pasiones?, si fuera el primero, valdría entonces preguntarse: ¿es
acaso “mover la cola” una manía
propia del peruano? ¿qué héroe peruano, que nos haya enseñado la historia
oficial, ganó una batalla?, ¿Francisco Bolognesi?, ¿Andrés Avelino Cáceres?,
¿Alfonso Ugarte?, ¿cómo se entiende esa obsesión de la historia peruana por
inventarnos héroes caídos?, ¿no cargamos acaso aún el resentimiento y rencor
por el hermano país vecino? Ante tales preguntas lo primero que se ha de
escuchar en nuestro subconsciente –si alguien lee este escrito, por supuesto-
ha de ser TÚ NO, y en razón de ello nuevamente la pataleta, producto del acto
reflejo se verá materializada en un sinfín de respuestas falto de
argumentos o argumentos basados en la subjetividad y una visión muy personal.
Una mirada desde los nuevos
enfoques de la comprensión lectora, nos llevaría a desarrollar ciertas
competencias que permitan entender toda esta movida desde un punto de vista diferente,
el texto desde el contexto, de cuya significatividad nuestros maestros suelen
llenarse la boca, pero desconocer su verdadera esencia; así, para entender la
razón del conflicto por el pisco y la obsesiva e irracional “peruanidad” que despierta nuestros “productos bandera”, baste solo con
preguntarse ¿Por qué esta aciaga lucha por la originalidad del pisco, el
suspiro a la limeña o el cebiche?, ¿qué hay detrás de todo ese discurso?; y es Titinger,
como para no hacérnosla aún más difícil, quien nos facilita su interpretación:
“Sucede que los odios son rentables, y
cuando Chile es el odiado, la rentabilidad significa nuevos consumidores. A más
Chile, más negocio”.
Me hubiese gustado abordar
cada uno de los textos que comprende el libro; no obstante, el número limitado
de palabras que me he propuesto me lo impiden, por lo que dejaremos ello para
otra oportunidad; lo que sí haremos, a modo de conclusión, es abordar someramente
el último de los textos “Himno nacional”,
que parece ser el epílogo de los ensayos y que nos reserva aún más sorpresas: “Esas llamas que pastan, perplejas en
territorios de Chile, Bolivia y Argentina, también son peruanas (porque la cara
no miente)”, “Y la tardanza toda una institución del Perú”, “El perro más feo
del mundo es el perro sin pelo del Perú”, “La exageración es peruana”, “El sauce llorón es un arbusto peruano, que
quizá llore por eso”, “Miguel Grau, el caballero de los mares, es un héroe
peruano que luchó y perdió. Luchar y perder es bastante peruano”, invito a
dejar la pataleta y el acto reflejo para entender bien estas
expresiones, una lectura bajo un enfoque que ya viene practicándose durante
décadas fuera de nuestras fronteras, pero que en el Perú apenas la estamos atisbando;
ante estas lecturas es necesario pues preguntarse ¿tenemos características
faciales que nos distinguen los unos de los otros?, ¿en verdad, gustamos de la
tardanza?, ¿qué opinión te merece el perro calato del Perú?, ¿decir que somos
el país más maravilloso del mundo, no es una exageración?, ¿acaso no somos “llorones”, principalmente cuando se
trata de enfrentar a los chilenos?, ¿a qué consecuencia nos llevan las
historias reinventadas? Ojo, hay que ser francos en nuestras respuestas.
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